viernes, 15 de mayo de 2009

Por el camino de la decepción

Hoy me ha ocurrido una cosa bastante extraña. He ido a comer al restaurante japonés donde acostumbro a ir siempre y he tenido la suerte de poder sentarme en mi mesa preferida: la del fondo en el rincón izquierdo, porque es desde donde se tiene una visión más amplia del recinto. Puedes quedarte distraído observando a los comensales. En ese momento, en el comedor habían dos grupos: uno de seis personas que hablaban en inglés, tenían pinta de profesores de uno de los muchos colegios ingleses o americanos que hay por la zona; en la otra mesa, una pareja de chicas que hablaban en francés. Me he quedado observando esta última mesa, no porque fuesen chicas (sí que ha sido porque eran chicas), sino... bueno, si ya lo he puesto entre parentesis no tiene sentido inventar una excusa: me he quedado mirando la mesa porque eran chicas, hablaban en francés... de lo cual he deducido que eran francesa ¡Qué listo que soy!. Como ya sabreis siento gran fascinación hacia las francesas. Son las mujeres más sofisticadas. Lo son en TODO (aquí abro este paréntesis, porque cuando digo en TODO me refiero a mi TODO, que es el TODO que yo he podido observar. Las francesas que he conocido son las mejores en vestir, hablar, caminar, llevar tacones, maquillarse, llevar un determinado corte de pelo, ponerse boina, pero en este TODO no entran esas prácticas que no he podido comprobar en persona pero que también forman parte de la constatación del nivel de sofisticación de una mujer: como es la forma de besar, de hacer el amor, de roncar, de tirarse pedos, de cantar bajo la ducha, de escupir en el suelo, de mear en la montaña, mar o piscina, de... que me quedé mirando a las dos francesas).
Estaba hipnotizado con el idioma ¡Qué cojones estaba hipnotizado con el idioma! ¡Estaba embobado imaginándome la parte del TODO que no he podido constatar de las francesa, y no me refiero a lo de tirarse pedos, escupir en el suelo o cantar bajo la ducha.
Pues estaba yo en estas cuando ha entrado en el japonés (me refiero en el restaurante) un hombre de unos sesenta años, con bigote y pelo cano, que me resulta familiar. Dejo mis perversiones con las francesas y paso a observar al nuevo cliente del restaurante, más que nada porque me suena de algo y no sé bien de qué. Observo que lleva una bolsa de esas de cartón, pero no intuyo qué lleva dentro, por lo que pierdo el interés y vuelvo a despistarme con las francesas. Estaba ya puesto en situación (en mi imaginación, se entiende, y la situación no era otra que las dos francesas en la cama, una a mi lado derecho con un vibrador y la otra en el lado izquierdo con una parte de mi cuerpo en su mano derecha) imaginada en diferentes planos: primera persona, tercera persona y cámara oculta; cuando me despistó la entrada de otro hombre que unos ochenta años que llevaba una bolsa de papel llena de lo que parecen libros. Este segundo hombre se sienta en la misma mesa del hombre que me suena de algo aunque no sé deciros de qué. Empiezan a hablar en argentino (me refiero a los dos hombres, no a los trozos de sushi que me acaba de poner el japonés de segundo plato que, casualidades de la vida, ha llegado como primero; ellos hablan en japonés). Los hombres comienzan a mantener una conversación con tono muy bajo, casi íntimo; él segundo hombre coloca la bolsa encima de la mesa y va extrayendo libros, al tiempo que me supongo que los comenta o los resume. Esto lo hace uno por uno. El hombre que me suena de algo y que me resulta más familiar a cada segundo que pasa, hace lo mismo con su bolsa de cartón. Saca los libros y se los enseña a su compañero mientras comenta algo sobre ellos. En el momento que comentan el último libro, el hombre que me suena desvía la vista clavando sus ojos en mi, que justamente me encuentro de cuclillas encima de la silla intentando descubrir el título del libro que estan intercambiando. ¡Señores, pillada del quince! Pero es con esta intensa mirada que caigo, tanto físicamente como dándome cuenta; caigo de la silla con la intención de disimular que los observarba y me doy cuenta que se trata de Victor Ostrovsky en persona.


Para saber más, contesten sí o no al enunciado: quiero saber más sobre el encuentro con Victor Ostrovsky. Absténgase anónimos. Continuaré la historia si recibo un mínimo de cinco respuestas.

6 comentarios:

Antonia Reyes dijo...

A ver, Cuquillo, yo quiero saber qué pasa con las francesas. A mí me interesa especialmente.

oriol dijo...

Yo también querer saber más

sílvia dijo...

i jo també, de tot!!!

Moni dijo...

Las francesas son unas bordes...

Anónimo dijo...

Que interesante, de que se trataba el libro del que los hombres estaban comentando? Que pasara?

sílvia dijo...

ja tens 5 comentaris, a que esperas???